Cuando comenzó a esbozarse la idea de realizar una edición en cheli de Le Petit Prince, me surgieron varias dudas que pronto iría resolviendo. Hasta ahora, las ediciones editadas tenían por protagonista a un dialecto o a alguna variante lingüística de carácter minoritario, y no un argot o sociolecto. Sin embargo, cuando uno se propone seguir en la brecha de la divulgación del patrimonio lingüístico a través de la edición de clásicos traducidos, se da cuenta de que ese patrimonio no es, ni mucho menos, algo restringido a idiomas o dialectos, sino que, en la evolución del lenguaje, los sociolectos, los pidgin y los códigos mixtos tienen mucho que decir… y cuentan muchas historias.
El cheli y lo madrileño
El caso del cheli, al que tradicionalmente se le circunscribe como un argot propio de Madrid (de Los Madriles, del Foro), cuenta la evolución de un habla propia que, en su aspecto más puro, se ha perdido o ha ido cambiando perdiendo esa identidad originaria. Me explico: el cheli tiene su origen en lo castizo, en lo plenamente madrileño, lo costumbrista. No obstante, ¿qué es lo madrileño? Hay autores que identifican un dialecto madrileño dentro del castellano meridional que, si bien no tiene una gran diferencia con el resto de dialectos de transición entre las hablas del sur o más distinguidas de la normativa, mantendría ciertas características. El cheli no es un dialecto, ni siquiera lo castizo lo sería, ya que estaría más englobado en las formas, hablas, maneras y juegos del lenguaje y, sobre todo, en la asimilación de un léxico con aplicaciones de diferencia semántica.
Así, el cheli podría tener su origen en esas hablas más tradicionales del Madrid originarias de lo castizo del siglo XVIII y el costumbrismo del XIX y fuertemente reforzado a principios y mediados del siglo XX, sobre todo de sus barrios más céntricos, en los que esa “chulería”, “pasotismo” y demás adjetivos circunscritos a los madrilatis comenzarían a configurar un habla propia. Ese habla que comienza a registrarse se nutre sustancialmente de palabras del romanó, algunas castellanizadas, fruto de la relación social experimentada por los gitanos en Madrid y que comienzan a perfilar un léxico abundante, de uso cotidiano que, alejado de la propia sintaxis del zincaló, integra el nuevo vocabulario. Por eso el cheli nunca será un habla mixta, ni siquiera un pidgin, sino un castellano de fonética meridional con algunos rasgos septentrionales en el que se integran palabras y terminaciones que van dándole forma.
Algo de historia cheli
Podría decirse que existen tres momentos claves que otorgan al cheli de una personalidad bien identificada: la tradición oral y escrita del costumbrismo puramente madirleño -materializada en el teatro y la zarzuela, por ejemplo-, la inmigración interior a los barrios más humildes y periféricos de la capital y la circunscripción como jerga en las décadas de los 70 y 80, con especial uso durante los años de La Movida. Si bien la primera es el origen y la evolución parte desde esas clases más populares y sus arquetipos chulapos, manolos y demás, la segunda, más contemporánea, mayoritariamente extremeña y manchega, apuntala las bases dialectales, mientras que la tercera comienza a cambiar las reglas del juego. La integración de palabras y vocablos de distinto significado, de términos de uso críptico y de elementos relacionados con los mundos oscuros acaban por definir el cheli en un conjunto de argots castizos que recogen lo que iba siendo la sociedad madrileña durante el siglo XX (de ahí lo del sociolecto).
Este último punto, el de los elementos marginales, se convirtió en el principal problema a batir de esta traducción: ¿cómo transcribir un libro como Le Petit Prince a un sociolecto plagado de elementos relacionados con actividades marginales, fiesta y elementos dudosos? La respuesta está en El chaval principeras y, sobre todo, en el amplísimo vocabulario que el pasado siglo conformó el cheli; un léxico abundante donde no existe ese problema. Que nadie se piense que El chaval principeras es un Le Petit Prince contado como si sus dos personajes fueran unos peligrosos colgados hablando de trapicheos: el cheli es mucho más que eso, es una forma de hablar histórica, un argot de integración léxica, con juegos de significados que caló en la sociedad del último tercio del siglo pasado hasta tal punto que muchísimas de sus palabras y terminaciones acabaron integrándose en la RAE.
La pop-ularización masiva
Mucho tuvo que ver la enorme popularidad de los movimientos culturales, desde los ya mencionados costumbristas y populares hasta los (supuestamente) contraculturales, su difusión por los medios, el cine y la TV y una política institucional encabezada por el alcalde Enrique Tierno Galván que optó por potenciar como un elemento tan madrileño como el Oso y el madroño. Autores como Lázaro Carreter se lanzaron a analizar el fenómeno, mientras que escritores como Paco Umbral lo normalizaban desde sus columnas en los periódicos o editando el primero de los léxicos, al que siguieron un par más del omnipresente Ramoncín.
Precisamente esos lexicones eran la certeza de la evolución e identidad del habla popular de Madrid, y también han sido la base esta edición, junto con algunas cabeceras de fanzines y contracultura o los propios recuerdos de quien os escribe. En 1994, el recién jubilado capellán de la infame cárcel de Carabanchel editó la, hasta ahora, única traducción íntegra en cheli de una obra: El chuchi, los colegas y la basca, o el Nuevo Evangelio. Antonio Alonso había demostrado que se podía transcribir al cheli una obra seria y desde la conformidad de que, en el fondo, lo que primaba era que pudiera acercarse su contenido a lo popular.
Años después, el cheli caería en desuso. Es cierto: ha envejecido mal, ha quedado demodé. Muy poca gente habla cheli hoy en día, o por lo menos en su estado más puro: las primeras generaciones de cheliparlantes ya no están entre nosotros, y muchos de los que vinieron después, tampoco. Se ha evolucionado hacia nuevas formas de lenguaje, no necesariamente siempre mejores, pero en Madrid y más allá se mantienen muchas palabras y rasgos chelis que, en vez de desaparecer totalmente, casi podríamos decir que se han convertido en un sustrato del habla de Madrid. Intenten leer El chaval principeras como lo que es, una adaptación a un sociolecto que todavía es esencial en lo madrileño, aunque no pueda verse.
¿Por qué El chaval principeras?
Le Petit Prince… Ya el título conlleva la primera duda: ¿qué prima, lo pequeño y el adjetivo o el príncipe y el sustantivo? Las numerosas ediciones en castellano lo zanjan rápido: el sustantivo adquiere una nueva forma con el diminutivo. Algunas ediciones latinoamericanas ahondan en el hecho de que es un príncipe de corta edad… Pero, ¿cómo llegué a El chaval principeras? No pocos han sido los quebraderos de cabeza para acabar con ese título definitivo. Un chaval es alguien joven, por lo que podría tener ese doble significado, mientras que un príncipe, ¿siempre será sustantivo?
El término principeras alude directamente a una terminación muy habitual en cheli. El sufijo -eras aparece recogido en el léxico en multitud de términos que indican sustantivos y adjetivos: paisaneras, voceras, guaperas, yateras, rareras, boqueras, vacileras o soseras son solo algunos del casi centenar de registros que recoge Ramoncín en su “El tocho cheli”. Y de ahí la elección, porque la otra opción, el sufijo -ata (el mismo de segurata, jubilata, sociata, cubata, bocata o chabolata, por decir algunos) aparecía como menos sonoro y, sobre todo, porque la fórmula principata podría estar más relacionada con el término principal que con el de príncipe.
Por ese motivo, para eliminar la duda inicial, igualé los dos términos a sustantivos o a adjetivos para que fuera el lector quien decida si es más importante ser príncipe o ser joven. Espero que lo disfruten.
Álvaro de Benito, mayo de 2022.
ALGUNAS FUENTES RECOMENDADAS
Diccionarios:
- "Diccionario cheli", de Francisco Umbral (1983, Narrativa 80/Grijalbo)
- "El tocho cheli", de José R. Márquez, Ramoncín (1993, El Papagayo/Temas de Hoy)
- "El nuevo tocho cheli", de José R. Márquez, Ramoncín (1996, El Papagayo/Temas de Hoy)
Estudios filológicos y bibliografía complementaria:
- "Una variedad en el habla coloquial: la jerga 'cheli", de Margarita del Hoyo (1981, Cauce, nº4)
- “Una jerga juvenil: el ‘cheli’ “, de Fernando Lázaro Carreter (ABC, 14/10/1979)
- "Madrid al pie de la letra", de Luis Carandell (El Avapies, 1993)
- "El Chuchi, los colegas y la basca", de Antonio Alonso (Editorial CCS, 1994)
Por Álvaro de Benito, editor y traductor de El chaval principeras